PAISAJE CON MUERTE
No tenía el color apagado de los robles.
Era la tierra, pues, el corazón hambriento
de lo que ya es, apenas, polvo ,
la fauce ilesa del alarido , la tiniebla,
la mandíbula desencajada del depredado
que le hinca el diente a lo muerto para alimentarse
de paisaje ,
para no morir de sola inmediatez.
Tras el telón de lo oscuro, entre confusiones
y en la espesura atragantada de lo negro
el hombre renunciaría a ser alguien , si lo fue , solo,
resucitado como sombra de bosque que camina.
Él hubiera deseado morir , soñándose niño,
en el primer abrazo pronunciado por la madre,
en la imprudencia de algún nombre, vulgar y femenino,
que le supiera a mujer emancipándosele en la boca.
Pero el temblor de la poca o mucha suerte
le vino a renacer , allí , por entre las manos de pobre,
a los pies de la perpetuidad que culmina en la miseria
y que viene, arrogándose, para orinarnos de ruina.
Al fin acabó, muriendo, como un otoño apuñalado,
como los árboles que, a golpes, le gusta tronchar el viento...
Rosa Iglesias