CÁCERES
Cuando la luz se incrusta entre la piedra
y el aire vierte, azul, dentelladas de noche
se eleva la ciudad, arco de sed y losas
y escaleras que, altivas, delimitan el sueño.
En ese navegar hacia la geometría,
se avienen a dormir el tiempo y la memoria
y Cáceres estira sus brazos y, desnuda,
su arquitectura es verso,
palimpsesto en que escribe su belleza la aurora.
Trina entonces el día,
las calles se despiertan, taladrando el silencio,
Santa María lanza sus campanas mojadas
y los ángeles lloran ramilletes de cera.
Todo vuelve a emprender su vuelo de sillares,
las ojivas desean convertirse en cigüeñas
y las rejas suspiran por atrapar la sombra.
Cuántos siglos vigila la Torre de Bujaco,
prohibiendo que el tiempo transcurra en los blasones.
Amarillos los pájaros descansan en su altura
y el Arco de la Estrella se cimbrea y los mece.
Ya todo queda en pie.
Con un rumor de voces que inunda la existencia
se vierte el colorido del mercado,
su latir hecho aroma,
el cierto pestañeo de puestos y persianas.
Se abren en par las puertas.
Canta el sayal del agua por lavar el cansancio,
las mujeres enjoyan sus perfiles de viento,
los niños son más niños, más juego, más paloma
y el pasado descubre, con sus ojos de mimbre,
que los hombres lo trenzan para alzar el mañana.
Dolors Alberola